Cuidaos del Orgullo - Francisco H. Pedroza Alba
- Shelter
- 25 ago 2020
- 10 Min. de lectura

Quizás deberíamos empezar con la fecha de este suceso, pero en realidad, paso de poco en poco en mi vida, después de haberme bautizado en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en diciembre de 1987, justo dos años después, el Profeta Ezra Taft Benson, en la Conferencia General de abril, nos dio un gran discurso “Cuidaos del orgullo”, en aquellos entonces no se veían las Conferencias como hoy en día, en una pantalla enorme, sino se juntaban una 5 televisiones de 21 pulgadas y allí se trasmitía de manera especial la Conferencia, las cuales eran colocadas en distintos puntos de la capilla y si, uno corría con suerte la trasmisión era más nítida y se escuchaba bien, en muchos de los casos la trasmisión por esas enormes antenas parabólicas, no llegaba a todos los televisores de la misma forma. En ella misma la escuchar ese discurso, pude sentir que yo debería de hacer un cambio total en mi corazón, empezando con el mandato del presidente Benson:
“Quisiera elogiar a los santos fieles que están esforzándose por inundar la tierra con el Libro de Mormón y absorber sus enseñanzas ellos mismos. No sólo debemos sacar a luz, de manera extraordinaria, más ejemplares de este libro, sino que debemos hacer penetrar en nuestra propia vida y en toda la tierra más de sus maravillosos mensajes”
Deberíamos de inundar la tierra con este maravilloso libro, del cual soy un testigo fiel de su veracidad, pues gracias a él yo tuve un cambio en mi corazón y mi persona, ahora bien debíamos enseñar a todos los demás, si fue uno de los motivantes para que yo sirviera en una misión de tiempo completo en la Misión México Guadalajara del 27 de noviembre de 1989 al 12 de diciembre de 1991.
Pero otro cambio también surgió a las palabras de este Profeta del Señor:
“He aquí, el orgullo de esta nación, o sea el pueblo de los nefitas, ha sido la causa de su destrucción a menos que se arrepientan.” (Moroni 8:27.)
Y luego, no sea que podamos perder el significativo mensaje del Libro de Mormón que nos legó ese pueblo caído, el Señor nos advierte en Doctrina y Convenios:” Cuidaos del orgullo, no sea que lleguéis a ser como los nefitas de la antigüedad” (D. y C. 38:39).
Sinceramente deseo la ayuda de vuestra fe y vuestras oraciones al tratar de aclarar este mensaje del Libro de Mormón sobre el pecado del orgullo. Este es un mensaje que he tenido pesándome sobre el alma durante algún tiempo ya. Sé que el Señor quiere que os lo comunique ahora a vosotros”.
Pero penetro en mi alma sus palabras:
“El orgullo es un pecado muy mal interpretado y muchos pecan en la ignorancia (Mosíah 3:11; 3 Nefi 6: 18). En las Escrituras no hay nada que hable de un orgullo justo, sino que siempre se considera un pecado. Por lo tanto, sea cual sea la forma en que el mundo emplee la palabra, nosotros debemos entender la forma en que Dios la emplea para poder comprender el lenguaje de las Sagradas Escrituras y sacar provecho de ellas (2 Nefi 4: 15; Mosíah 1:3-7; Alma 5:61).
La mayoría de nosotros piensa en el orgullo como egoísmo, vanidad, jactancia, arrogancia o altivez; aunque todos estos son elementos que forman parte de ese pecado, su núcleo no está en ellos.
La característica principal del orgullo es la enemistad: enemistad hacia Dios y enemistad hacia nuestros semejantes. Enemistad significa” aversión, odio, resentimiento” u oposición. Es el poder por el cual Satanás desea dominarnos.
El orgullo en su naturaleza fomenta la competencia. Oponemos nuestra voluntad a la de Dios. Cuando lo hacemos blanco a Él de nuestro orgullo, es con la actitud de decir: “Que se haga mi voluntad y no la tuya”. Como dijo Pablo, “todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús’ ‘(Filipenses 2:21)”
“Los orgullosos no pueden aceptar que la autoridad de Dios de dirección a su vida (Helamán 12:6). Ellos oponen sus percepciones de la verdad contra el conocimiento omnisciente de Dios, su capacidad contra el poder del Sacerdocio de Dios, sus propios logros contra las obras grandiosas de Él.
Nuestra enemistad contra Dios puede ir marcada con etiquetas variadas, como la rebelión, la dureza de corazón, la dureza de cerviz, la impiedad, la vanidad, la facilidad para ofenderse y el deseo de recibir señales. Los orgullosos quieren que Dios este de acuerdo con ellos; pero no tienen interés en cambiar de opinión para que la suya este de acuerdo con la de Dios.
Otro aspecto importante de este pecado tan prevaleciente es la enemistad hacia nuestros semejantes. Diariamente nos vemos tentados a elevarnos por encima de los demás y disminuirlos a ellos (Helamán 6: 17; D. y C. 58:41).
Los orgullosos hacen de toda persona su adversario oponiendo a los demás su intelecto, opiniones, trabajos, posesiones, talento y otros valores mundanos. Según las palabras de C. S. Lewis:” El orgullo no encuentra placer en poseer algo, sino en poseerlo en mayor cantidad que el vecino. . . Lo que nos enorgullece es la comparación, el placer de colocarnos por encima de los demás. Una vez que desaparece el elemento de competencia, el orgullo deja de existir.” (Mere Christianity, Nueva York: Macmillan, 1952, págs. 109-1 10.)
En el concilio preterrenal, Lucifer presentó su propuesta en competencia con el plan del Padre, por el que Jesús abogaba (Moisés 4: 13). Lucifer quería recibir honor por encima de todos los demás (2 Nefi 24:13). En resumen, su orgulloso deseo era destronar a Dios (D. y C. 29:36; 76:28)”.”
Tememos el no ser reconocidos por la sociedad o aceptados por la misma, y tratamos de ocultar nuestras flaquezas con este terrible pecado, y es entonces cuando nos hacemos más mundanos, nos apegamos a la moda, hablamos como los demás lo hacen y tratamos de ver que las cosas malas no existe, y cuando esto sucede estamos en manos de Satanás y nuestro corazón se ha endurecido, y por qué no tener un gran cambio en nuestro corazón y cantar la canción que redime, tal y como leemos en Alma 5;26, o nos encontramos de la siguiente manera:
“El temor de los juicios de los hombres se manifiesta en la competencia que tiene lugar por lograr la aprobación de los demás. Los orgullosos aman “más la gloria de los hombres que la gloria de Dios” (12:42-43). El pecado se manifiesta en los motivos que tenemos para hacer lo que hacemos. Jesús dijo que Él hacia siempre lo que le agradaba al Padre (Juan 8:29). ¿No sería mejor que nuestro motivo fuera agradar a Dios en lugar de tratar de colocarnos por encima de nuestros hermanos y tratar de superarlos?
A algunos orgullosos no les preocupa tanto que su salario sea suficiente para sus necesidades como que sea mayor de lo que ganan otros. Hallan su recompensa en estar un poquito por encima de los demás. Esta es la enemistad del orgullo.
Cuando el orgullo se apodera de nuestro corazón, perdemos nuestra independencia del mundo y entregamos nuestra libertad al cautiverio de los juicios humanos. La voz del mundo resuena más fuerte que los susurros del Espíritu Santo. El razonamiento de los hombres triunfa sobre las revelaciones de Dios y los orgullosos se sueltan de la barra de hierro (1 Nefi 8:19-28; 11:25; 15:23-24).
El orgullo es un pecado que se puede observar fácilmente en los demás, pero que raramente admitimos en nosotros mismos. La mayoría de nosotros lo considera un pecado de los que están en la cumbre, como los ricos y los eruditos, mirándonos a nosotros “por encima del hombro” (2 Nefi 9:42). Sin embargo, hay una dolencia mucho más común entre nosotros, y es la del orgullo de los que están abajo mirando hacia arriba; este se manifiesta de diversas formas, como la crítica, el chisme, la calumnia, la murmuración, la pretensión de gastar más de lo que tenemos, la envidia, la codicia, la supresión de la gratitud y el elogio que podrían elevar a otro, y el rencor y los celos.
La desobediencia es esencialmente una lucha orgullosa por el poder en contra de alguien que tiene autoridad sobre nosotros. Puede tratarse de los padres, de un líder del sacerdocio, de un maestro y hasta de Dios. El orgulloso aborrece la idea de que haya alguien que esté por encima de él, pues piensa que esto rebaja su propia posición.
El egoísmo es uno de los aspectos más comunes del orgullo. “La forma en que todo me afecta a mí” es la idea central de lo que es importante para la persona: el orgullo de quien es, la autocompasión, el interés por la fama del mundo, la gratificación de los deseos personales y de los propios intereses.
El orgullo da como resultado combinaciones secretas que se establecen para lograr poder, “riquezas y la gloria del mundo” (Helamán 7:5; Éter 8:9, 16, 22-23; Moisés 5:31). Este fruto del pecado del orgullo, es decir, las combinaciones secretas, destruyó a las civilizaciones de los jareditas y los nefitas, y ha sido y será todavía la causa de la caída de muchas naciones (Éter 8: 18-25).
Otro aspecto del orgullo es la contención. Las discusiones acaloradas, las peleas, el dominio injusto, las grandes brechas entre las generaciones, el divorcio, el abuso de cónyuges, los tumultos y disturbios, todos encajan en esta categoría del orgullo.
La contención en la familia aleja de ella al Espíritu del Señor; también aparta a muchas personas de su familia. Su expresión varía desde una palabra hostil hasta los conflictos mundiales. Las Escrituras nos dicen que” [el orgullo] concebirá contienda” (Proverbios 13: 10; 28:25).
Este mensaje me ha permitido servir una misión con mayor humildad y servicio, evitando todo el tiempo, sentir que estábamos por encima de alguien, sino por el contrario, mi dicho siempre ha sido “de una escalera yo no soy el último peldaño para llegar a la sima, sino soy el primero en donde puedes recargar y confiar para subir, paso a paso, hasta arriba” cumplir mis llamamientos con esa misma dedicación y pensando como lo haría mi hermano mayor, el Señor Jesucristo, servir de la manera correcta pues “quien no nace para servir, no sirve para vivir”; desarrollar mi llamamiento como Obispo por más de 6 años y a seguir sirviendo con la misma intensidad y pasión en mi corazón, de ayudar a nuestros prójimos, hasta el último aliento de mi alma, dedicar mi vida al servicio de Nuestro Padre Celestial y a mis prójimos. Pero ¿Cómo funciona el orgullo en nuestra vida? Podremos reflexionar y pensar que:
“El orgullo apaga nuestro sentido de que descendemos de Dios y que todos somos hermanos; nos separa y divide en clases, de acuerdo con nuestras “riquezas” y nuestras oportunidades de educación académica (3 Nefi 6: 12). La unidad es imposible entre un pueblo orgulloso, y a menos que seamos uno, no somos del Señor (Mosíah 18:21; D. y C. 38:27, 105:2-4; Moisés 7:18).
Pensad en lo que nos ha costado el orgullo en el pasado y en el precio que pagamos por el ahora, nosotros mismos, nuestra familia, la Iglesia.
Pensad en el arrepentimiento que existiría con un cambio en la vida de las personas, con matrimonios sólidos, con hogares fuertes si el orgullo no nos impidiera confesar nuestros pecados y abandonarlos (D. y C. 58:43). , Pensad en los muchos miembros de la Iglesia que son menos activos porque han sido ofendidos y su orgullo no les permite perdonar ni sentarse a comer a la mesa del Señor.
Pensad en las decenas de miles de jóvenes y de matrimonios que podrían estar en misiones si no fuera por el orgullo que les impide entregar por completo su corazón a Dios (Alma 10:6; Helamán 3:34 35).
Pensad en cuanto aumentaría la obra del templo si fuera más importante dedicarnos a ese servicio sagrado que a los diversos intereses vanos que nos roban el tiempo.
El orgullo nos afecta a todos, en momentos diferentes y con distinta intensidad. En esto se puede ver por qué el edificio que estaba en el sueño de Lehi y que representaba ”el orgullo del mundo” era “vasto y espacioso” y se reunieron en el grandes multitudes (1 Nefi 8:26, 33; 11:35-36).
El orgullo es el pecado universal, el gran vicio. Sí, es el pecado universal, el gran vicio.”
Y a todo ello existe una solución, la respuesta es si el mismo Profeta nos pide lo siguiente:
“Dios quiere un pueblo humilde. Podemos elegir entre ser humildes por decisión propia o porque se nos obligue a serlo. Alma dijo: “Benditos son aquellos que se humillan sin ser obligados a ser humildes” (Alma 32: 16). Por lo tanto, tomemos la decisión de ser humildes.
Podemos ser humildes venciendo la enemistad hacia nuestros hermanos, amándolos como a nosotros mismos y elevándolos hasta nuestra altura o por encima de nosotros (D. y C. 38:24; 81:5; 84:106).
Podemos ser humildes aceptando los consejos y las amonestaciones que se nos dan (Jacob 4:10; Helamán 15:3; D. y C.63:55, 101:4-5, 108:1; 124:61, 84; 136:31; Proverbios 9:8).
Podemos ser humildes perdonando a aquellos que nos hayan ofendido (3 Nefi 1 3: 11, 14; D. y C. 64: 10).
Podemos ser humildes sirviendo con abnegación (Mosíah 3:16-17).
Podemos ser humildes cumpliendo misiones y predicando la palabra que hará humildes también a otras personas (Alma 4:19; 31 :35; 48:20).
Podemos ser humildes asistiendo con más frecuencia al templo.
Podemos ser humildes confesando y abandonando nuestros pecados y naciendo nuevamente de Dios (D. y C. 58:43; Mosíah 27:25-26; Alma 5:7-14, 49).
Podemos ser humildes amando a Dios, sometiendo nuestra voluntad a la suya y dándole a Él el lugar de prioridad en nuestra vida (3 Nefi 11: 11, 13:33; Moroni 10:32).
Tomemos la decisión de ser humildes. Podemos hacerlo; yo sé que podemos”.
Tratemos de erradicar el orgullo, yo he eliminado la palabra de mi vocabulario y le pido toda la ayuda al Señor que me aleje de este pecado que es y será:
“El orgullo es la gran piedra de tropiezo para Sión. Repito, el orgullo es la gran piedra de tropiezo para Sión”
Ruego con todo mi corazón que este mensaje les pueda impactar y les ayude a cambiar tanto como lo ha hecho en mi vida; dedicar sus vidas al servicio de nuestro Señor es lo más reconfortante y maravilloso, y más cuando se hace con todo nuestro corazón, agradezco al Padre Celestial que me permita convertirme en uno de sus siervos y en su momento convertirme en uno de sus discípulos; mil gracias por permitirme compartir con ustedes, esta bella experiencia y solo me resta dejar mi testimonio:
Sé sin lugar a dudas que el Señor Jesucristo es nuestro salvador, algún día espero estar en su presencia y mostrar un alma limpia y sin orgullo, sé que el Libro de Mormón es verdadero , y que es el libro más perfecto sobre la faz de la tierra, así mismo sé que el Profeta José Smith vio al Padre y al Hijo en la arboleda sagrada y que es un profeta de Dios, se todas estas cosas así como yo estoy vivo, y lo comparto en el nombre de mi Maestro el Señor Jesucristo. Amen
Con Amor
Francisco H. Pedroza Alba
Te invitamos a que también puedas leer este mensaje y puedas contarnos tu experiencia.
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